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14 febrero 2019
Posteado en : Opinión
Miguel Ángel Lombardo, coordinador del proyecto EVALÚA, señala la necesidad de cambiar las agendas internacionales con la integración de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y la trascendencia de estos en la sociedad
En los últimos tiempos se ha producido un cambio en las agendas internacionales de desarrollo y también en las políticas públicas de distintos países hacia planteamientos cada vez más integrales y no tan incrementalistas como se venían viendo antes. Por mencionar un ejemplo, si el cambio climático es un tema global que afecta en diferentes ámbitos sectoriales y en múltiples territorios, ¿tendría sentido realizar esfuerzos en las ciudades para reducir emisiones en almendras centrales o en áreas restringidas? Puede que no tenga un impacto significativo en cuanto a reducción de emisiones, pero sí lo tiene en lo que respecta al cambio de modelo de desarrollo o de relacionamiento con la ciudad. No se trata de sumar esfuerzos ciudad a ciudad -esa suma no termina nunca- y alcanzar unas determinadas metas, sino de renovar el comportamiento de una generación a otra.
En la agenda internacional esta tendencia se ha marcado en la aceptación por parte de la mayoría de los países de una serie de objetivos que moldean el desarrollo, los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), como si los países estuvieran asumiendo de facto una renovación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos que proclamó la Asamblea General de las Naciones Unidas, el 10 de diciembre de 1948, justo hace 70 años. Estos objetivos que se trazan ahora en torno a la pobreza, el hambre, la salud, el agua, la industria o el clima, entre otros temas, vienen a poner la mirada en una forma diferente de hacer las cosas.
Un interesante ejemplo de esto lo constituye el trabajo de grupos de mujeres que en los años ochenta tuvieron que refugiarse en las zonas del sur de México huyendo de la guerra en Guatemala, y que posteriormente, en el retorno, lograron impulsar cambios sustanciales en las comunidades donde fueron reasentadas. Se trata de procesos que ocurrieron al margen de los grandes ejes del conflicto social y político que marcaban a las ciudades, los barrios y las áreas rurales, la lucha contrainsurgente o la violencia, pero que fueron capaces de articular un sentido de comunidad que más tarde sería esencial en el momento en que se instaura la democracia. Una vez que las mujeres consiguieron ser copropietarias de la tierra en las comunidades de retorno se produjo un cambio en las relaciones de poder, y si eso se acompaña con organización y liderazgo, como fue el caso, puede llevar a generar nuevos cambios en cuanto a la participación y representación política de las mujeres a nivel nacional.
La nueva mirada que impulsan los ODS consiste en analizar los problemas desde una perspectiva más integral y promover cambios en las relaciones de poder, no solo porcentajes de avance sobre metas compartimentadas. A esto debemos añadir lo que ya sabíamos, que tanto la sociedad civil como el ámbito local juegan un papel muy importante en la implementación de las políticas públicas.
El discurso de ODS, al no ser incrementalista, tiene un potencial muy grande para ir articulando acciones que nacen en ámbitos locales y de la sociedad civil, y no solo para trazar líneas de acción en las cuales el Estado es el único protagonista. Es aquí cuando el impacto de las pequeñas acciones sustentadas localmente puede resultar muy positivo a nivel nacional e incluso global.