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03 diciembre 2020
Categoría : Opinión
“No hay barreras, una discapacidad nunca es un impedimento para soñar”
Pamela Salazar, periodista, nos abre su corazón y nos habla de cómo ha afrontado su discapacidad con valentía y pasión por la vida.
“Pies, para que los quiero si tengo alas para volar” (Frida Kahlo).
Esta frase me define. Tengo 42 años, una discapacidad congénita de nacimiento y un espíritu indomable. Vivir con discapacidad, es un reto, mi abuela suele decir “que soy única, pues Dios solo da grandes batallas a sus mejores guerreros” y, así, asumí cada instante de mi existencia.
Mi infancia la atesoro con mucho cariño, crecí en una familia grande, tías, primos, mis abuelos maternos y claro, mis padres, mi hermana y hermano. No sería la mujer que hoy escribe estas palabras, si ellos no me hubieran apoyado, son mi mejor amor. La fuerza y dedicación de mi madre es un regalo divino; el cuidado y complicidad de mi padre. Mis hermanos acompañando mi vida y enseñándome el valor de la fraternidad y mi abuela, roca imbatible que me empoderó desde niña y me dio el valor para pelear muchas batallas. Mi abuelo, se fue hace poco, pero su dulzura e historias sin fin acompañarán mi vida por siempre. Ahora tengo un sobrino de 4 años que es mi sol particular y con él aprendí que, si los niños son educados respetando a todos y todas, asumen la discapacidad como una condición inherente del ser humano. El no me mira distinta, sino divertida, porque puede hacer carreras con su “Tía Pilu” y ser feliz. Este niño empuja mi silla y me luce orgulloso, entonces este niño, mi Martín es mi persona favorita en todo este planeta.
Estudié en una escuela particular, pues hace 40 años hablar de discapacidad no era fácil y era un sinónimo de discriminación y dolor, así que mis padres decidieron que sería mejor la educación privada para que me desarrollara en un ambiente inclusivo y amigable; su cometido fue exitoso.
Para mí la escuela fue un espacio de crecimiento donde desarrollé mi amor por los libros, las palabras y la historia de mi país, el colegio lo hice en esta misma institución y tuve la suerte de que el tataranieto de José María Sáenz (patriota ecuatoriano) fuera mi profesor y ahí empezó mi largo enamoramiento por la gesta libertaria de América Latina y definió mi deseo de ser comunicadora, quería contar historias… quería empezar por la mía, para decir a los demás, que no hay barreras y que una discapacidad nunca es un impedimento para soñar.
Mi proceso adaptativo fue muy fácil, mi carácter es extrovertido, así que nunca tuve problemas en hacer amigos, la universidad fue otro gran reto, venía de un colegio femenino, así que tenía resistencia a continuar mis estudios en un espacio mixto, pero lo logré, fui la mejor egresada de mi promoción y me especialicé en periodismo escrito.
Cuando me entregaron el título, descubrí que todo el proceso educativo había sido nada comparado a la búsqueda de trabajo, porque aún cuando tenía un título universitario y un diplomado, mis habilidades eran invisibles y lo único que los demás reconocían en mí, era mi discapacidad. Así que me ofrecía puestos de portería, limpieza y demás, por supuesto que no resto valor a estos oficios, pero yo era una profesional y quería trabajar en lo que me gustaba.
Ángeles son los que nunca me faltaron y hubo una mujer, madre de un joven con discapacidad que siempre creyó en mis capacidades. Me dio mi primer trabajo como comunicadora y desde ahí logré desarrollar mi carrera profesional.
En 2007 tenía mi cirugía número 19, era de rutina, una más, ya estaba acostumbrada, pero no fue lo que esperaba, no pude volver a caminar y fue la primera vez en mi vida que me conciencié sobre mi discapacidad y enfrenté una caída emocional, sentía que esa silla se robó mi esencia y autonomía, además perdí mi trabajo por esta razón. Mi gente, familia y amigos que conservó hasta hoy, me impulsaron y ayudaron nuevamente, hoy no soy completamente autónoma, pero volví a sonreír y eso es una ganancia.
Hoy miro el mundo desde mi silla de ruedas, y sé que puedo conquistarlo, es la batalla por la inclusión, que para mí es equidad, no solo en tema de discapacidades, sino en general, todavía la barrera actitudinal es determinante. Desde mi perspectiva diría, que para mí ser incluida es caminar (rodar) por la calle con libertad, sin dar explicaciones de porque utilizo una ayuda técnica. Aquí debo señalar que con mi novio experimenté este proceso, aprendió a vivir y entender la discapacidad conmigo, porque me ama. Asumió el reto de vencer estereotipos y miedos.
En este sentido, respetar la diversidad nos permite construir un mundo inclusivo y solidario, como el proyecto Bridging the Gap (BtG), que implica un trabajo sostenido y responsable en escuelas de Ecuador para garantizar la inclusión de niños, niñas y jóvenes con discapacidad. Su contribución garantiza el acceso a la educación, algo muy importante para el desarrollo pleno de una persona. Conozco a una mujer con discapacidad que dejó sus estudios, porque su escuela no era accesible y ahora a los 57 años ingresó de bachiller, esta pequeña historia muestra la importancia del proyecto BtG, que facilita que estudiantes con discapacidad terminen sus estudios y sigan soñando con superarse.
Para concluir diría que el 3 de Diciembre, no es una celebración, es un día para concienciar sobre la discapacidad, lograr sensibilizar a los demás sobre la importancia de la aceptación a quien es distinto y así iniciar un proceso social efectivo y asertivo que se resuma en una solo nombre, inclusión.
Solo así veo un futuro distinto, en donde no me pegunten porque uso silla de ruedas, en el cual las vallas publicitarias no estén en las veredas impidiendo que mis compañeros ciegos circulen, así los canales de televisión usarán intérprete de señas para garantizar el acceso a la información de las personas con discapacidad auditiva, y solo de esa manera, mi hermano, Esteban un joven con discapacidad intelectual, no será tratado como un niño, sino que se considerará sus capacidades y conocimientos.
Así veo el futuro de las personas con discapacidad en el mundo, nos veo libres, incluidas, retándonos a nosotros mismas y sonriendo porque ya no hay alguien que nos mire “raro” o que sienta “lástima” por nosotros.
Pamela Salazar Pérez. Periodista.
Las opiniones vertidas en este blog son exclusiva responsabilidad de la persona que las emite.